jueves, 23 de julio de 2009

Palinología
Científicos uruguayos estudian polen y esporas milenarios para entender cambios climáticos

En laboratorio de Palinología, Facultad de Ciencias, UDELAR se estudian granos de polen, esporas y microorganismos de pared orgánica que miden decenas de micras. Investigar este insospechado mundo de lo pequeño permite inferir el tipo de clima que existía hace 300 millones de años. La disciplina tiene aplicaciones en Medicina (polinosis), tipificación de mieles, prospección petrolera e incluso en criminalística
En el Pérmico, hace aproximadamente 300 millones de años, la zona noroeste de lo que hoy conocemos como Uruguay estaba cubierta por los hielos de una glaciación y el departamento de Cerro Largo tenía un aspecto más similar a Noruega o los fiordos chilenos. La configuración de los continentes y su vegetación era muy diferente a la actual. Los cinco continentes estaban unidos y formaban un supercontinente conocido como Pangea. De este contexto surgen los contenidos de la conferencia “Cuando en Melo había Glaciares”, de la paleontóloga Ángeles Beri.

Pero, ¿cómo es posible saber cómo eran esos ambientes en un tiempo que ni siquiera imaginamos? La científica responde que “una de las cosas interesantes es que la vegetación refleja bastante bien el ambiente en que viven las plantas. A partir del estudio de los granos de polen es posible saber qué tipo de plantas existían. En conjunto con otros datos, se puede reconstruir un paleoambiente y saber lo que pasó hace 300 millones de años”, apuntó.

No sólo han existido animales gigantes en el pasado, sino que, muy por el contrario, la diversidad biológica comprende y ha comprendido numerosas formas de los más variados tamaños y cuyo estudio nos brinda datos cruciales a la hora de entender cómo ha funcionado la vida antes de la aparición del ser humano en el planeta, hace unos 200 mil años, explicó Beri en un artículo publicado en la última edición del Almanaque del Banco de Seguros del Estado.

Los granos de polen y esporas que producen las plantas miden en promedio unas decenas de micras (una micra es una milésima parte de un milímetro) y son producidas en gran cantidad, lo que aumenta su probabilidad de fosilización. Los granos de polen tienen una pared muy resistente que permite que se conserven en las rocas sedimentarias, durante millones de años. Beri sostiene que funcionan como las huellas digitales de las plantas, por lo que a cada tipo de planta le corresponde un tipo de polen, de forma que si encontramos el polen fósil podemos saber qué tipo de planta lo produjo.

A través del estudio de los granos de polen se puede tener idea de cómo era la vegetación que existía en el pasado lo que, a su vez, permite inferir el tipo de clima. Cuando se habla del cambio climático es importante entender cómo ha funcionado el planeta sin los humanos para evaluar el impacto de la actividad antrópica en el presente, afirma la experta.

La rama de la Ciencia que estudia los granos de polen, las esporas y otros microorganismos de pared orgánica recibe el nombre de Palinología. En nuestro país, desde 1988 se realizan estudios palinológicos en el Laboratorio de Palinología de la Facultad de Ciencias de la UDELAR.

Además de la investigadora Angeles Beri, quien tiene un doctorado en Ciencias Biológicas, son nueve los estudiantes que decidieron adentrarse en este mundo de lo pequeño. “Los muchachos vienen a la Facultad a estudiar las ballenas o los dinosaurios y cuando se enfrentan a la Palinología no pueden creer que exista. Nadie sospecha que exista esa rama de la Ciencia y que además, desde unos pequeñitos granos de polen y esporas se puede obtener mucha información, es como algo inesperado”, expresó.

Prospección de petróleo

La Palinología tiene aplicaciones en otras áreas del conocimiento. La Aeropalinología es una sub-disciplina de la Palinología que estudia el contenido de polen y esporas en el aire.

Uno de los aportes más importantes de esta rama de la Ciencia está relacionado con la Medicina, y específicamente con el problema de las alergias polínicas o polinosis. Cuando los granos de polen entran en contacto con las mucosas del organismo, algunos de los componentes de su pared dan lugar a una reacción de hipersensibilidad que frecuentemente se manifiesta como estornudos, picazón de garganta y lágrimas. Conocer los diferentes factores que afectan la cantidad y los tipos de polen en el aire de gran utilidad para alergistas y personas alérgicas ya que permite evitar la exposición y hacer un uso racional de la medicación.

En esta área, la Facultad de Ciencias tuvo una experiencia con un laboratorio de plaza en la modalidad de contrato a término. La empresa tenía interés en introducir al mercado un antialérgico para niños contra la rinitis provocada por polinosis, para lo que fue necesario realizar un análisis del contenido polínico de la atmósfera.

La Melisopalinología es la vertiente de la Palinología que estudia los granos de polen que contienen las mieles. Las propiedades de la miel dependen del néctar que le da origen. El estudio del polen que contamina el néctar y aparece en las mieles permite tipificarlas de acuerdo con su origen botánico, determinando si la miel es monofloral (que proviene mayoritariamente de una misma planta), o en caso contrario, multifloral, lo que incide en su valor comercial. Dado que cada tipo de miel monofloral está definida por una serie de características como el aroma, color y sabor, que posibilitan al consumidor a escoger entre las diferentes variedades de miel. La tipificación permite agregar valor al precio del producto. También, si se certifica que las mieles corresponden a especies vegetales nativas de una región determinada.

La Palinología constituye una herramienta importante para la prospección del petróleo. Los especialistas forman parte de los equipos de trabajo de las compañías petroleras porque pueden aportar datos relevantes en relación a la edad, ambiente y madurez térmica de las rocas que pueden ser posibles generadoras de petróleo. Consultada sobre la posible participación de palinólogos uruguayos en ANCAP, Beri indicó que esa posibilidad aún no se ha concretado.

Por si todas estas aplicaciones no fueran suficientes, la Palinología también puede ser aplicada en la resolución de casos en el área criminalística. Si bien hubo contactos preliminares con Policía Técnica del Ministerio del Interior, aún constituye un área a desarrollar.
Entre los 270 -250 millones de años ocurrió un mejoramiento climático primero y después una aridización. La deglaciación posibilitó el desarrollo de vegetación que dio origen al carbón. Los estratos de carbón de Candiota se formaron en ese momento. En Brasil se cuenta con grandes yacimientos de carbón, a diferencia de nuestro país en donde existen las mismas rocas pero con menores cantidades de este recurso. Los estudios palinológicos asociados al carbón permiten comprender cómo fue formado. Aproximadamente a los 250 millones de años sobrevino un proceso de desertificación, que dio como resultado la instalación de una gran región muy árida que abarcó una importante porción de lo que ahora son: Sudamérica, África y Australia. Beri considera que “resulta muy interesante continuar investigando este tipo de procesos ocurridos en el pasado, para entender los fenómenos de aridización que se están dando en la actualidad en varias regiones del planeta”.

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jueves, 9 de julio de 2009

Técnicos y productores
Rescatan, investigan y promueven a la Guayaba como una opción productiva sostenible

Un proyecto financiado por el Programa de Pequeñas Donaciones del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) – Uruguay y con participación de UDELAR, INIA y MGAP permitió prospectar materiales genéticos y propagar poblaciones seleccionadas con potencial comercial. Las plantas resultantes serán utilizadas por productores familiares de Juanicó para obtener volúmenes comerciales significativos y así, ingresos complementarios.
En el marco del proyecto "Estudio de las frutas nativas como alternativa para productores familiares" que es apoyado por el Programa de Pequeñas Donaciones (SGP) del Fondo para el Medio Ambiente Mundial (FMAM) – Uruguay, se realizó una recorrida por el vivero de árboles de frutos nativos del establecimiento del productor agropecuario Ricardo Masculiatte, en la localidad de Juanicó, en Canelones.

La actividad incluyó una breve exposición sobre el Guayabo, de parte del investigador del centro HortReserch de Nueva Zelanda, Grant Thorp, y la posterior presentación del proyecto en el Centro Regional del Sur (CRS) de la Facultad de Agronomía (UDELAR), a cargo del docente responsable de Extensión Rural de esa dependencia, Félix Fuster. En la misma participaron una veintena de productores locales, reunidos en la Asociación de Fomento y Defensa Agraria de Juanicó (AFYDAJ), además de técnicos de la UDELAR, del Instituto Nacional de Investigadores Agropecuarias (INIA) y representantes de las Naciones Unidas en nuestro país.

El proyecto señala que mediante los trabajos en el área, realizados por Facultad de Agronomía, INIA y Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), se lograron seleccionar poblaciones de especies nativas que presentan características muy favorables para su cultivo y de las cuales se logran obtener frutas de interés comercial. Una colección de estas plantas madre provienen de Arroyo Laureles (Tacuarembó), Salto Grande (Salto), Cerro Chato (Treinta y Tres) e Isla de los Naranjos (Soriano) y se encuentra instalada en el predio del referido productor. Fueron obtenidas mediante prospecciones realizadas en montes nativos, en viejos establecimientos y fincas que aún mantenían ejemplares vivos.

En el texto se observa que, debido a la inmensa actividad agrícola que se viene desarrollando desde hace décadas al sur de nuestro país, se ha erosionado gran parte del germoplasma (cualquier parte de la planta que puede ser usada para hacer crecer una nueva) de estas especies, lo que restringió a las sobrevivientes a encontrarse en fincas y establecimientos agropecuarios como ornamentales, y en algunos casos, en montes nativos.

Este proyecto propone la realización de prospecciones de materiales genéticos con la finalidad de su conservación y estudio, mediante la propagación del material en un vivero, de las poblaciones ya seleccionadas con potencial comercial, por medio de su reproducción por semilla, estacas e injertos a fin de lograr una buena masa crítica de plantas. La iniciativa también procura extender la plantación en los demás establecimientos de los productores de Juanicó, de manera de lograr un volumen comercial significativo que permita su desarrollo en el mercado y que apunte, en el largo plazo, al afianzamiento de la identidad nacional productiva en los mercados internacionales.

En el proyecto se recomienda tender hacia una producción que haga mínimo el uso de fertilizantes y agroquímicos, y que a la vez, que la experiencia sea sostenible en el tiempo. Se eligió, en principio, el Guayabo del País, por tratarse de una producción de carácter familiar, por su alta adaptación al medio, porque permite la minimización del uso de agroquímicos, por la creciente demanda en el mercado internacional y porque garantiza la conservación de nuestros recursos genéticos vegetales.

Potencial comercial

El Guayabo del País (Acca selowiana) es un árbol nativo, originario de la región noreste del Uruguay y sur del Brasil. Es de fácil cultivo y da fruto a los pocos años. El período de floración de esta especie se extiende desde octubre a mediados de noviembre, y dependiendo de los materiales y de la zona del país donde se ubique el cultivo. La fecha de cosecha va desde fines de febrero en el norte hasta mediados de mayo para plantas cultivadas en el sur del territorio. Este fruto es relativamente grande, pulposo y de sabor agradable. Tiene un valor nutricional muy importante por su alto contenido en vitamina C y en yodo (ver en archivo de noticias: "INIA investiga la producción orgánica de frutos nativos" del 20 de febrero de 2009).

De la misma forma, la Pitanga (Eugenia uniflora), y los Arazá amarillos y rojos (Psidium littorale y Psidium catleianum) son especies que pertenecen al patrimonio autóctono nacional y son recursos naturales de alto valor y potencial productivo y nutritivo.

Su área geográfica natural y centro de distribución de este germoplasma comprende todo el territorio del Uruguay, la zona sur de Río Grande del Sur, en Brasil y el oriente de las provincias de Buenos Aires y Entre Ríos, en Argentina.

El cultivo de estas frutas solo tuvo un desarrollo doméstico en nuestro país aunque se realizaron algunas plantaciones comerciales que no tuvieron buenos resultados debido a la alta variación en las características de los árboles plantados y las frutas cosechadas, además de la falta de conocimientos en su manejo.

En contrario a lo ocurrido en Uruguay, otros países como Chile, Nueva Zelanda, Estados Unidos y Colombia, han llevado materiales genéticos de estas especies autóctonas, los mejoraron, y hoy comercializan estas frutas con gran éxito en Europa, logrando excelentes precios. El país de Oceanía aventaja ostensiblemente a Uruguay en materia de investigación debido a que, en palabras del Thorp, allí se comenzó el mejoramiento genético de nuestra Guayaba a partir del año 1908.

Pool genético propio

La docente de la Estación Experimental de Salto de la Facultad de Agronomía (UDELAR), Beatriz Vignale, precisó que "este no es un programa nuevo para quienes trabajamos en frutales". La UDELAR, el INIA y el MGAP comenzaron a trabajar en forma conjunta, en el año 2000, en la selección de frutas nativas que tuvieran potencial comercial. Vignale recordó que desde hace varios años se iniciaron los trabajos de investigación con frutos nativos como: Arazá, Pitanga, Ubajay y Guaviyú, a los que luego se incorporaron Guayabo del país, Quebracho flojo, Aguaí y Cereza del monte.

Según el proyecto, esos primeros pasos estaban orientados a la recuperación de germoplasma de estas especies en zonas naturales, la caracterización botánica y genética de las mismas, y los primeros materiales seleccionados y algunos esbozos sobre su manejo como montes productivos.

Vignale relató que se recorre el país, pero de una forma ordenada y dirigida, llegando, con información previa, a los lugares donde están los frutos. El acceso se ve muchas veces dificultado porque la mayoría de los montes donde éstos se encuentran son muy cerrados o cuando se llega a los frutos ya se los comieron las aves o fueron afectados por la sequía o una inundación. La tarea incluye a pobladores locales y se tienen en cuenta relatos familiares relacionados a las especies recolectadas. En las recorridas, quienes integran el grupo ponderan el tamaño y sabor de las muestras, por sobre otras características organolépticas. "Los materiales que seleccionamos en el campo tienen que ser ricos, porque no todos lo son, y tener un determinado tamaño para todos los que participamos de la tarea sino no lo colectamos", explica Vignale.

El coordinador de Frutos Nativos, del Programa Nacional de Investigación en Producción Frutícola del INIA, Danilo Cabrera, dijo que se debe trabajar en la propagación del Guayabo del país porque este fruto constituye una alternativa en la producción familiar. Recordó que nuestro país por ser, junto a Brasil, centro de origen del Guayabo, nos permite contar con el pool genético y la posibilidad de desarrollarlo a corto plazo.

Vignale coincidió con Cabrera en la necesidad de propagar estas plantas. En ese sentido, la investigadora reconoció que las personas que se interesan en adquirir frutos nativos no los encuentran habitualmente en los viveros ante lo que reclama que se "animen a producir plantas nativas" para que sus clientes puedan comprarlas.

La docente universitaria instó a que los uruguayos volvamos a comer frutos nativos como lo hacían nuestros bisabuelos y tatarabuelos. "Tenemos que dar a probar cosas ricas porque la gente que no conoce la fruta y que tiene un poquito de miedo de probar cosas diferentes, si es fea, nunca más consume".Y aclaró que "nosotros seleccionamos fruta que sea de pulpa blanda, con un alto contenido en azúcar, que no tenga semillas duras o `gusto a remedio´, como nos han dicho en algunos casos".

Vignale promueve que entre los meses de marzo y mayo, cuando los niños de las escuelas rurales no tienen otra fruta más que la Manzana para comer, también puedan consumir frutos nativos. Estos "se enferman muy poco, exigen poco cuidado y se pueden cultivar en los mismos establecimientos". La entrevistada confió que "nuestros niños podrían comer frutas con un alto contenido de vitamina C, en antioxidantes, además del yodo que aporta el Guayabo".

Experiencia neocelandesa

Thorp realizó una comparación entre la situación que encontró en nuestro país hace 20 años, durante su primer viaje a estas tierras y su presencia en 2009. En aquél entonces, el técnico visitante, quien llegó interesado en incrementar sus conocimientos sobre el Guayabo, se encontró con que a pesar que era originaria de esta zona del continente, "casi nadie sabía algo" sobre esa fruta nativa. Pero, dos décadas después, advirtió que la situación ha cambiado favorablemente. "Encontré mayor información y estudiantes investigando en la Universidad y en el INIA. Hay materiales disponibles en diferentes lugares, está el germoplasma. Existe más entusiasmo y más conocimiento que entonces", relató.

Thorp sostuvo que su experiencia en Nueva Zelanda como así en muchos países del mundo, le indica que "resulta muy difícil introducir un nuevo fruto en el mercado. En los mercados locales, si la gente no entiende de qué se trata, no está dispuesta a pagar por algo nuevo".

En referencia a su país, afirmó que "hay muy pocos ejemplos de introducción de nuevas frutas en los últimos tiempos. El caso del Kiwi, proveniente de China, puede considerarse uno de ellos. Éste ha sido uno de los últimos que se logró introducir y con la ventaja de que puede conservarse doce semanas en almacenamiento. En el caso del Guayabo, sólo se conserva cuatro semanas por lo que se hace difícil que el mercado lo acepte en esas condiciones".
Thorp regresó a Nueva Zelanda no sin antes dejar su opinión sobre la hoja de ruta a seguir para imponer ese fruto nativo en nuestro propio mercado. "Considero que la forma más adecuada sería comenzar con el producto procesado, que puede estar hasta doce meses en las góndolas de los supermercados y mientras tanto introducir al consumidor al sabor del fruto de modo que en los meses de cosecha este conozca qué es lo que va a comer". En una segunda etapa, cuando el consumidor ya conoce a la Guayaba procesada, el técnico sugirió introducir al mercado el fruto fresco. Una vez que el producto se incorpore y logre presencia en el mercado interno estarían dadas las condiciones, a su entender, para establecer una plataforma de lanzamiento para la exportación. Para ello, manifestó que los distintos actores deben "ponerse la camiseta" y todos los uruguayos sentirnos "orgullosos" de nuestra Guayaba del país. "En el mundo hay muchos nichos de mercado a donde se puede llegar", aseguró. Por lo que se pudo constatar, ese planteo fue visto en forma satisfactoria por los técnicos locales y generó el interés de los productores.

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domingo, 28 de junio de 2009

¿EL RELOJ SE EQUIVOCÓ DE LUGAR?

A cien años de su inauguración, aún hoy los habitantes de la ciudad de San José de Mayo controlan sus relojes de pulso con las campanadas de la Iglesia Basílica de esta ciudad. El reloj instalado sobre la torre que se encuentra en el cruce de las calles Treinta y Tres y Asamblea acompasa la vida de la apacible ciudad y es motivo de orgullo para sus habitantes.
Francisco Paco Espínola apeló al histórico reloj para marcar el transcurso del tiempo en la novela “Sombras sobre la tierra”, de 1933. “El formidable reloj de la iglesia da las tres. Y la grave sonoridad envuelve en círculos el pueblo todo y sigue sobre los campos”, escribe el autor josefino.
El pasado 25 de agosto, a instancias del Museo San José, un grupo de historiadores locales encontró propicia la celebración del primer centenario del reloj para difundir una investigación que arroja luz sobre su controvertida historia. Según el directivo de la institución, Javier de Gregorio, el propósito del estudio fue “reivindicar la verdad histórica respecto a un símbolo muy presente en la identidad y memoria colectivas de la comunidad”. En sus aspectos medulares, el estudio procura dar por tierra la versión generalizada en la ciudad que asegura que el reloj llegó por accidente a San José de Mayo.
La coordinadora del proyecto, Ana Odriozola, explicó que el origen de la especie se remonta al año 1946, cuando en un artículo del periódico El Debate, se establecía que el destino original de la pieza mecánica era San José de Costa Rica y no la ciudad homónima uruguaya.
Odriozola argumentó que es prácticamente imposible pensar que un reloj que hubiera llegado en forma errónea a San José pudiera ocupar el espacio exacto destinado en la torre. Aún así, considera que en ese caso la Cancillería del país centroamericano habría solicitado su devolución de inmediato, y esto no sucedió.

Cualquier monedita sirve

“Debido a los esfuerzos del Cura Párroco de esta ciudad doctor Don Norberto Betancur y a la competencia de Don Luis de Amilivia, San José posee este reloj. Agosto 25 de 1900”, luce el grabado en bronce de la maquinaria. La inscripción, en las entrañas mismas de la pieza mecánica, es el mejor reconocimiento que se encontró para los artífices de semejante obra.
En septiembre de 1895, el párroco doctor Norberto Betancur comenzó a promover la idea de que la “Iglesia nueva”, como se la denominaba por entonces, debía tener su reloj. En una ciudad que no superaba los 10.000 habitantes, el proyecto seguramente resultaba ambicioso. Para hacerlo posible, Betancur designó varias comisiones a fin de reunir los fondos necesarios. Se organizaron suscripciones, rifas y kermeses; un año después, la mitad de la población ya había colaborado con la iniciativa. “Hasta la fecha ha sido recorrida la mitad de la población y son contadas las personas que están en condiciones de ayudar, que se excusen”, anunciaba la edición del 1º de marzo de 1896 de El Pueblo.
Con tres mil pesos en sus bolsillos, el relojero maragato Luis de Amilivia partió a Europa en el mes de noviembre con el objetivo de comprar un reloj de torre. Los rumores a nivel popular fueron en aumento a medida que transcurría el tiempo y no se tenían noticias del enviado. En una carta publicada en la prensa local, Amilivia le responde a quienes especulaban sobre el destino de los fondos. “Como el zorro cree que todos los demás vivientes conservan sus mañas, no falta quien crea que yo con los tres mil pesos que me entregaron he ido a Europa a pasear y darme la gran vida. No tengáis miedo, mis buenos amigos, que si habéis contribuido a la obra con grande o pequeña cantidad, de todo esto se dará cuenta cuando llegue el momento oportuno”.
Luego de entrevistarse con los principales fabricantes europeos, Amilivia resolvió que las campanas fueran fundidas en Italia, la maquinaria en Suiza, de acuerdo a su diseño, y las esferas en Londres. También compró un mecanismo sincronizador en Alemania mediante el cual el reloj de la Iglesia permitía accionar hasta 200 relojes instalados en diferentes puntos de la ciudad, cuyo paradero se desconoce.
Los aproximadamente ocho mil pesos estimados por Amilivia para la compra e instalación del reloj resultaron insuficientes. La suma final superó los trece mil pesos. Para alcanzar esa cifra, además de la colaboración de la comunidad, fue necesario que el doctor Betancur pidiera un donativo a la Junta Económica y solicitara un préstamo a particulares. “El reloj a instalarse es, según la opinión de los peritos en esta clase de obras, el mejor reloj de América del Sur, y ha sido costeado por suscripición popular sin que haya intervenido para nada el gobierno nacional”, advertía la edición de El Pueblo del 17 de diciembre de 1899.
Las campanas fueron recibidas con algarabía en 1898 y se elevaron en una ceremonia en la que participó el obispo Pío Stella. La inauguración del reloj fue el 25 de agosto de 1900 y se caracterizó por la sobriedad. “Sin tirar ni una sola bomba, ni un solo cohete”, relataba el periódico La Paz tres días después.

Sin descuentos

La cantidad de anécdotas que han tenido al reloj como protagonista resultaron innumerables al cabo de un siglo de vida. Una publicación especial con motivo del 100 Aniversario del reloj, llamada “El reloj de la Catedral”, rescata una experiencia con varios protagonistas. En la década del sesenta, aseguran que en la cancha de fútbol del Club Sol de Mayo, sobre la Ruta 3, se disputaban campeonatos de barrio con la participación de numerosos equipos de la ciudad. Los encuentros eran dirigidos por árbitros locales, algunos de los cuales alternaban en los torneos oficiales de la Liga Departamental. Un domingo, al concluir el primer tiempo de uno de esos partidos, se produjo una batalla campal en la que el juez, en su afán de calmar los ánimos, perdió su reloj pulsera bajo los tapones de los belicosos deportistas. Una vez que volvió la calma, el hombre de negro rechazó la idea de aceptar un reloj cedido por los futbolistas. Como regla general, los partidos debían culminar a las seis menos cuarto y este controvertido encuentro no sería la excepción. El árbitro pitó tres veces y señaló el centro de la cancha, en señal de que el encuentro había finalizado. Así lo había indicado el tañir de las campanas de la Catedral.

El reloj en números

La principal de las tres campanas tiene un diámetro de 1.70 metros y 3.172 kilos de peso; el diámetro de la segunda campana es de 1.12 metros y su peso es de 937 kilos. La tercera campana tiene un diámetro de 84 centímetros y un peso de 368 kilos. EL peso total es de 4.477 kilos.
La maquinaria es de acero bruñido y templado, y bronce colorado. Consta de tres cuerpos colocados uno encima del otro, que descansan sobre seis gruesas columnas de hierro fundido. Todo el mecanismo mide aproximadamente tres metros desde la base al vértice del triángulo y está encerrado en una caja de cristal.
Cada una de las dos esferas tiene un diámetro de tres metros y está compuesta por una armazón de hierro fundido de una sola pieza, comprendiendo las horas y los minutos. Los espacios fueron cubiertos con cristal opaco para poder iluminarlo por la noche.

Primera Plana. Viernes 29 de septiembre de 2000

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EL SUEÑO DEL REACTOR PROPIO

Los pilotos del Enola Gay, el avión que lanzó la primer bomba atómica sobre Hiroshima, tenían instrucciones precisas de no mirar hacia atrás cuando arrojaran la mortífera arma sobre la ciudad indefensa. Quienes le dieron esta orden sabían de qué hablaban.
A partir de ese momento, la opinión pública mundial no le perdonó a la ciencia que el primer uso efectivo de la energía nuclear haya sido en una bomba atómica: Hiroshima no fue un experimento controlado, sino una acción de guerra.
Cincuenta años atrás, los pioneros de la investigación nuclear tenían una confianza casi religiosa en este tipo de energía, con vistas a un futuro en que el petróleo ya no abundaría.
Three Mile Island en los Estados Unidos, Windscale en Gran Bretaña, Goiania en Brasil, Chernobyl en la ex Unión Soviética –por nombrar sólo los accidentes más notorios-, han dado al traste con ese optimismo original.
El crecimiento económico y tecnológico del país pasa en buena medida por el desarrollo de fuentes de energía seguras. En un planeta donde los recursos naturales no renovables (carbón, gas, petróleo, etc.) están agotándose, deben encontrarse alternativas que no comprometan el destino de las generaciones venideras.
El problema es lo suficientemente importante como para involucrarnos a todos, y requiere de un debate amplio y sereno de todos los actores, que somos los uruguayos todos.
Avanzada la década de los `90 –y con el Mercosur mediante-, fuentes de la Dirección Nacional de Tecnología Nuclear (Dinaten) han afirmado que en materia energética “el Uruguay va a tener que aportar de alguna manera”.
En septiembre de 1990, el entonces Ministro de Industria, Energía y Minería, Augusto Montesdeoca, sostenía que “es importante explotar los recursos mineros inactivos. No sólo petróleo, sino también la energía atómica”.
Avalando estas palabras, el presidente de la República Luis A. Lacalle, en visita al departamento de Tacuarembó en diciembre de 1991, indicó que la explotación de la energía nuclear “es una técnica que no podemos desechar de antemano, porque este es el verdadero espíritu conservador y retrógrado del que yo no participo”.
Los informantes antes mencionados manifestaron que oficialmente no se estaba llevando a cabo ningún tipo de estudio tendiente a la creación de una planta nuclear en el futuro. Según éstos, los trabajos realizados se vinculaban fundamentalmente con las diferentes aplicaciones que la energía nuclear tiene en la industria, pero nada tenían que ver con su utilización en plantas atómicas.
En su primer discurso en calidad de director de la Dilaten en la actual administración, Walter Cibils aseguró que uno de los objetivos centrales de su gestión sería la utilización de la tecnología nuclear como una herramienta para el país”.
En ese sentido, y respecto a la construcción de una planta de energía nuclear en Uruguay, el titular de esa dependencia dijo que su empleo para el suministro de electricidad es “algo beneficioso”.
Una planta nuclear no se construye de la noche a la mañana, se requieren doce o quince años de trabajo duro y meticuloso. Es necesaria la instrumentación de una serie de estudios técnicos y de factibilidad, que implican entre otras muchas cosas hallar una zona geológicamente apta para su establecimiento, con fáciles vías de acceso y salida. Desde el punto de vista meteorológico, por ejemplo, no puede radicarse en un “pozo”.
Las fuentes de la Dilaten han afirmado que nuestro país podría tener una central nuclear en el entorno del año 2005, a un costo aproximado de 1.200 millones de dólares.
La hipotética construcción de una central nuclear en Paso de los Toros ha levantado no poca polvareda. El costo primario de la misma sería de 900 millones de dólares, contando con 400 por parte de una empresa canadiense, 100 que aportaría UTE y otros 400 millones que se obtendrían por venta de bonos.
Estos cálculos no toman en cuenta otros rubros que constituyen exigencias esenciales de una central nuclear, como lo son el mantenimiento y almacenamiento de los desechos, y el desmantelamiento de la planta una vez cumplida su vida útil, los que sumados alcanzarían la cifra anteriormente citada.
Del desmantelamiento tendría que hacerse cargo el Uruguay, pues la central sería construida con la inversión de un consocio industrial financiero, quien sería propietario de la planta y vendería la energía a UTE, comprometiéndose el ente a comprarla en su totalidad. Al cabo de 30 años –lapso en que culminaría su vida útil- la central sería transferida al Estado.
Los errores y escapes accidentales que se han producido en muchos reactores nucleares de todo el mundo, han causado daños irreparables a los sistemas ecológicos y a la salud de las poblaciones, que no pueden ser cabalmente estimadas en el corto plazo.

Una pileta de residuos

Los informantes expresaron que “la primera ventaja que presentan las usinas de energía nuclear es su bajo costo de operación. El precio del combustible (uranio) es bastante estable, sin comparación con el del petróleo, cuyo valor es mucho más variable. Por otro lado, no se depende de las condiciones climáticas: basta con asegurar una buena refrigeración a la planta.
Manifestaron además que mucha gente afirma erróneamente que las centrales nucleares contaminan el medio ambiente. Estas máquinas no arrojan a la atmósfera ni ceniza ni humo, como es el caso de las plantas térmicas. Los efluentes que generan, como ocurre con toda producción industrial o energética, se pueden compactar fácilmente y ocupan muy poco espacio.
Las centrales nucleares tienen una vida útil promedio de 30 años. El desecho que generan en ese lapso –si no se hiciera nada con él- puede almacenarse en un espacio similar a una pileta de natación grande. Pero constituye una ínfima parte del volumen de combustible necesario para hacer funcionar una planta de carbón o gas-oil.
Los partidarios de la energía nuclear aseveraron que otra ventaja adicional es que el residuo del combustible puede ser tratado químicamente, procedimiento a partir del cual se obtienen materiales para nuevos combustibles. A este proceso se le llama reciclaje y es como si de la ceniza y es como si de la ceniza se pudiera extraer más madera para quemar.
Aquellos añaden que el tema de la disposición final de los residuos está prácticamente resuelto, y que este tipo de recurso requiere muy poca masa para extraer una enorme cantidad de energía, por lo cual no se ha llegado a utilizar tanto uranio como para constituir un volumen inmanejable de desechos.

Ojos que no ven…

Como los formularios y facturas de tantas oficinas públicas, que recomiendan “leer al dorso” para informarnos mejor, echemos un vistazo al lado oculto de esta problemática.
El punto de los residuos tóxicos y la polución por ellos provocada, asoma como de capital importancia. La disposición segura y permanente de los desechos nucleares constituye un problema de difícil solución, cuya entidad nadie niega.
La peligrosidad de dichos residuos es indudable, desde el momento que todavía son pocas las naciones productoras de los mismos que se avienen a almacenarlos en su suelo. Por otra parte, las reglamentaciones vigentes para cumplir con estas operaciones demandan costos elevados y el empleo de una tecnología igualmente cara.
Las denuncias de movimientos ecologistas sobre ofertas para la creación de basureros nucleares en Florida y Fray Bentos, por parte de empresas norteamericanas, parecen no estar mal encaminadas. Medios de prensa uruguayos han informado sobre la compra de campos por extranjeros, donde ha operado maquinaria pesada en el movimiento de tierras, y sobre el traslado de cuadrillas por helicópteros a lugares no precisos del departamento de Flores, donde se cavaron fosas de diez metros de largo por cinco de fondo.
Se supo asimismo que por cada contenedor de basura atómica sepultado, el enterrados recibiría la suma de trescientos mil dólares.
En su edición del 19 de marzo de 1991, el diario El País afirmaba que la irresponsabilidad de algunas empresas que producen energía nuclear, las ha llevado a contratar a agencias poco confiables para que las liberasen de la basura atómica resultante de su actividad. Estas firmas “exportan” los bidones conteniendo los residuos radioactivos (u otros) a países del tercer mundo, poco concientes del enorme riesgo que asumen a cambio de los dólares que tanto necesitan.
En los Estados Unidos se han gastado casi 4 mil millones de dólares en investigación para el depósito de estos residuos, y la fecha de 1988 inicialmente prevista por el gobierno para determinar su lugar de ubicación final, fue pospuesta, por razones políticas, para 1997.
Suscrito por 52 países en 1972, el tratado de Londres autorizó el hundimiento en los mares de basura atómica de escasa o mediana radioactividad. En virtud de este acuerdo, hasta 1983, sólo cuatro países (Gran Bretaña, Bélgica, Holanda y Suiza) habían sepultado en el llamado “cementerio atómico del Atlántico” unas cien mil toneladas de desechos de bajo y mediano nivel de radiación, a las que han ido agregándose otras 15 mil anualmente. Se estima que las cantidades vertidas por Estados Unidos y Japón fueron superiores.
La polémica llegó hasta las Naciones Unidas, en cuya última conferencia realizada el pasado 22 de septiembre en Ginebra, y a la que asistió el ministro de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente, Juan Chiruchi, se resolvió formalizar la veda a la exportación de desechos tóxicos de las naciones industrializadas a los países en desarrollo.
Este avance histórico puede quedar en la nada si los Estados Unidos, el mayor exportador de estas sustancias y aún pendiente de ratificar el acuerdo, y otras potencias como Canadá, Australia y Nueva Zelanda persisten en su interés de entorpecer la prohibición como denunció la organización Greenpeace.
El vertido de basura atómica es un negocio floreciente que implica contratos por miles de millones de dólares. Durante los últimos 40 años los fabricantes de bomas de los Estados Unidos han estado volcando residuos en los terrenos que sustentan sus fábricas.
Deshacerse en los próximos 20 años de estos materiales costará entre 100 mil y 150 mil millones de dólares, según estimaciones del Servicio Informativo de la Red del Tercer Mundo.
La incertidumbre sobre la disposición final de los residuos nucleares es grande aún. No se sabe cómo reaccionarán dentro de cientos de años las capas geológicas consideradas hoy de gran estabilidad. También se ignora si los grandes movimientos de la corteza terrestre, no traerán algún día a la superficie materiales que se mantienen radioactivos durante miles de años, sin importar dónde y cómo se los deposite. Algunos de éstos son altamente peligrosos por más de 250 mil años.

Deseos no tan ocultos

1979 quizá sea considerado por las organizaciones ambientalistas como el inicio de la pesadilla nuclear en nuestro país. El 19 de julio de ese año en Santiago de Chile se firmó entre los gobiernos dictatoriales chileno y uruguayo, un “acuerdo de cooperación en el campo de los usos pacíficos de la energía nuclear”.
El mismo fue suscrito en el marco de un Acuerdo de Cooperación Económica, Científica y Tecnológica que se remonta al mes de septiembre de 1975 y constaba de diez artículos.
El esbozo legal preveía “la más amplia asistencia en todos los aspectos de la aplicación de la energía nuclear con fines pacíficos”, al tiempo que la referida cooperación se desarrollaría “a través del intercambio de informaciones, de personal, de materiales nucleares y de equipos”.
El canje de informaciones versaría sobre “el desarrollo y la utilización de reactores experimentales y de potencia” y “prospección de minerales de interés nuclear”, entre otros.
En el punto 7 se expresaba que “las partes contratantes facilitarán el suministro recíproco y la venta de materiales nucleares, el arrendamiento de servicio o transferencias de equipos necesarios para la realización de sus programas de desarrollo en el campo de la utilización de la energía atómica para fines pacíficos, quedando estas operaciones (…), sujetas a las disposiciones legales vigentes” de ambos países.
Finalmente, el artículo 10 advertía que el mencionado acuerdo sería “ratificado con las formalidades constitucionales vigentes en cada una de las partes” y entraría en vigor treinta días después del canje de los instrumentos de ratificación. Su duración sería de cinco años, prorrogable por períodos de uno, salvo que una de las partes contratantes lo denunciare (…) con una anticipación de por lo menos seis meses”.
Según el integrante de la Comisión de Medio Ambiente de la Cámara de Diputados, Ramón Legnani, este convenio, aprobado un año más tarde por el Consejo de Estado, “abría las puertas para que en Uruguay intervinieran países con tecnología atómica y perseguía el claro propósito de construir una planta nuclear”.
En junio de 1993 ingresó a estudio de la Comisión de Asuntos Internacionales un proyecto de ley, que finalmente no fue aprobado, caratulado como Convenio Básico de Cooperación Técnica y Científica con el Gobierno de la República de Chile y llevaba estampadas las firmas de los secretarios de Estado Sergio Abreu y Antonio Mercader.
El primero de sus trece artículos señalaba que los programas y proyectos entre Uruguay y Chile, “considerarán la participación en su ejecución de organismos y entidades de los sectores público y privado, y cuando fuera necesario, de las universidades, organismos de investigación científica y técnica”, entre otras.
El proyecto preveía que las partes contratantes pudieran pactar “Acuerdos Complementarios de Cooperación Técnica y Científica, de acuerdo a las prioridades de ambos países en cuanto a planes y estrategias de desarrollo económico y social”.
Estipulaba además, alcanzar la “realización conjunta de programas de investigación y/o desarrollo, el envío de expertos, la creación y operación de instituciones de investigación, laboratorios o centros de perfeccionamiento”.
Asimismo, el “intercambio de información científica y tecnológica, el desarrollo de actividades conjuntas de cooperación en terceros países”, como así también “cualquiera otra modalidad pactada por las partes contratantes”.
Más adelante, en el artículo quinto, se señalaban como áreas de especial interés mutuo la “planificación y el desarrollo, el medio ambiente y recursos naturales, innovación tecnológica y productiva, energía –donde en opinión de Legnani se incluía la opción nuclear-, minería, agricultura y agroindustria”, etc.

Los archivos X

El presidente de la Red Uruguaya de ONGs Ambientalistas, José Luis Cogorno, sostiene que mientras el acuerdo de 1979 incluía el “desarrollo y la utilización de reactores nucleares experimentales y de potencia”, así como la “prospección de minerales de interés nuclear”, la redacción del convenio de 1993 “resulta de una amplia vaguedad, (además de) riesgosa para los intereses del país”.
El representante nacional recordó que recientemente, en las comunicaciones internas de la Cámara Baja, un legislador requirió del archivo del cuerpo el proyecto que solicitaba la aprobación del Convenio de Cooperación Técnica y Científica de 1993, lo que a su criterio de la pauta que “el interés por el tema lejos de desaparecer, aún persiste”.
Legnani afirmó que en los últimos años se registró la firma de un convenio similar con Canadá, y en esa ocasión “se nos preguntaba de dónde nosotros sacábamos que detrás de la letra de los documentos estaba la intención de establecer una planta de energía nuclear en territorio uruguayo, cuando en realidad se perseguían fines médicos”.
La energía nuclear no aparece como una buena idea. Lo confirma el hecho que muchos países con centrales nucleares ya instaladas buscan disminuirlas. A vía de ejemplo, los votantes suecos decidieron en 1980 –a través de un referéndum- que los doce reactores nucleares que funcionaban en el país dejarían de producir antes del año 2010.
En Estados Unidos no ha habido nuevos pedidos de construcción de centrales desde 1978. Australia, Dinamarca, Islandia, Luxemburgo, Portugal y Noruega han adoptado políticas energéticas explícitamente no nucleares, mientras que Grecia abandonó sus planes de construcción.
Por su parte, Austria y Filipinas han decidido desguazar sus plantas, incluso antes de ponerlas en funcionamiento.
Tantos países juntos no deben estar equivocados. Para muchos, el Uruguay entre ellos, la decisión dependerá de las alternativas disponibles si se deja de lado la energía nuclear. Si en un futuro queremos ser un país industrializado, debemos asegurarnos fuentes de energía que apuntalen desde el conocimiento ese ansiado despegue.
Una usina nuclear puede aceptarse en países con déficits de fuentes energéticas, pero en Uruguay no sucede eso. El caso uruguayo es diferente del argentino, por ejemplo, en razón que este país ya tiene prácticamente colmado su potencial hidráulico, por lo cual debe comprarle a Uruguay parte de su cuota de la generación de Salto Grande. El Uruguay posee reservas hídricas aún no explotadas y un potencial eólico de aprovechamiento económicamente rentable.
Nuestro país no carece de fuentes seguras para la generación de energía eléctrica, por lo cual no necesita una planta nuclear que la produzca, con los peligros de vario tipo que ella entraña. Si no la necesitamos para utilizar su capacidad en provecho propio, menos la requeriremos para venderla a terceros países, que se beneficiarán de su producto sin correr los riesgos.

Números radioactivos

“La industria nuclear está en declive”, asegura un documento elaborado por la sección América Latina de Greenpeace. “Solamente países con políticas de corto alcance o con grandes compromisos políticos o militares con la energía nuclear, continúan invirtiendo en ella. Con el paso del tiempo y ante el desarrollo de estrategias energéticas no nucleares, dichos países irán quedando aislados progresivamente. De cara a un siglo veintiuno, con una perspectiva de inversiones en técnicas de aprovechamiento, conservación y renovación energéticos, esos países se encuentran unidos a una herencia nuclear, anticuada y económicamente asfixiante”.
Entre las varias contradicciones de la energía nuclear, el factor económico no se cuenta entre los menores. En los últimos años Australia, Austria, Dinamarca, Islandia, Irlanda, Luxemburgo, Nueva Zelanda, Portugal, Filipinas y Noruega han adoptado cada uno de ellos políticas energéticas explícitamente no nucleares. En Estados Unidos desde 1978 no se han presentado más solicitudes para erigir nuevas plantas, cuyo costo final ha sido mucho más elevado de lo que las empresas calcularon al ordenarlas.
En esa década, se abandonó el proyecto de construir 105 usinas por no ser rentables. En 1984, la Administración de Información de Energía y el Departamento de Energía de los Estados Unidos, inspeccionó 47 centrales, encontrando que 36 de ellas costaron al menos el doble de lo que se había estimado originalmente, y que 13 de éstas 36 costaron cuatro veces más.


Planta--------------------------Costo estimado------------- Costo real
------------------------------------(millones U$S)----------- --(millones U$S)

St. Lucie (Florida) --------------------------360--------------------1.400
Palo Verde (Arizona) --------------------2.800--------------------6.000
Shoreham (Long Island) -------------------241--------------------4.000
Seabrook (New Hampshire) ---------------973--------------------5.800
Midland (Michigan) -------------------------267--------------------4.400
Vogtle (Georgia) ---------------------------660--------------------6.600



Rodrigo Martínez Riccetto / Gerardo Sosa
Cuadernos de Marcha. No. 109. Noviembre 1995.

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DESDE HACE DOSCIENTOS AÑOS NO DESCANSAN EN PAZ

Once naufragios, cifra que podría llegar hasta catorce, son los constatados en las costas de Canelones desde le año 1699 hasta 1830 por el investigador histórico profesor Daniel Torena, en una compilación que aguarda su publicación. El referido estudio es el producto de dos años de hurgar en registros de barcos hundidos en el Río de la Plata, en materiales de los archivos Nacional de Río de Janeiro, del British Museum, de la Royal Navy, de la Biblioteca Nacional de Lisboa y de Buenos Aires, entre otras fuentes. “No nos limitamos a buscar en archivos españoles o argentinos sino que accedimos a documentos portugueses e ingleses y encontramos datos que no están en el Archivo Histórico de la Nación”, aseguró el investigador.
El interés por el tema fue incrementado en septiembre del año pasado cuando el hallazgo de una embarcación antigua en las inmediaciones del Fortín de Santa Rosa fue declarado de interés departamental por la Junta Departamental de Canelones. Por entonces, efectivos de la Prefectura Naval con asiento en Atlántida detectaron accidentalmente fragmentos de un barco que la arena y los años cubrieron.

Entre el agua y la arena

El profesor Torena prefirió omitir el nombre de la embarcación, aunque señaló que ésta guarda estrecha relación con los restos similares encontrados frente al balneario Villa Argentina. En ambos casos se constató que se había utilizado el mismo tipo de tecnología naval, lo cual hace pensar que los restos podrían pertenecer a navíos de una misma flota o, incluso, embarcación. “El tipo de construcción en hierro hace suponer que era un navío inglés o portugués debido a la alianza estratégica que por entonces mantenían las dos potencias”.
Los fragmentos descriptos pertenecerían a la embarcación que integraba la flota anglo-portuguesa del capitán MacNamara, que estuvo anclada en 1762 en la ensenada que hoy comprenden loa balnearios Atlántida y El Fortín de Santa Rosa. La embarcación de 30 metros de eslora y un desplazamiento a plena carga de más de 450 toneladas se perdió a consecuencia de una sudestada.
“Lo que está en la playa no es lo más importante”, asegura el profesor Torena, desestimulando a los ocasionales buscadores de tesoros. El barco servía como transporte militar y no se sabe con certeza si en sus bodegas se encontraba parte de los caudales con lo que se pagaba a los marinos de la flota. Armas y algunas provisiones completaban su carga.
Además del descripto, frente a Neptunia, se encuentran descansando en el fondo marino los vestigios de una fragata hundida el 23 de noviembre de 1806. Sin ir más lejos, el nombre Santa Rosa, que en el siglo XVIII identificaba a buena parte de la franja costera canaria, tuvo su origen en un pequeño bergantín hundido presumiblemente en 1744 en la zona de El Fortín.
Junto a estos casos, se tiene la certeza que el 23 de noviembre de 1806 se hundió una fragata frente a las costas de Neptunia. Los estudios, hasta el momento reservados, también dan cuenta que la embarcación a la que se refieren los vecinos de San Luis podría existir. En este balneario se encontrarían vestigios de un barco que se hundió, como consecuencia de las inclemencias del tiempo, en las proximidades del arroyo El Bagre.
“La zona es intrigante y apasionante”, confía el profesor Torena. La docena de naufragios registrados entre el Arroyo Solís y la Isla de Flores pertenecen a navíos de banderas inglesas, portuguesas y españolas. En su inesperado final tuvieron mucho que ver los bancos de arena y la temible sudestada.

Falta de quilla y proa dificulta identificar barco de El Fortín

En los próximos días se cumple un año de que un equipo del Departamento de Arqueología de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación realizara una investigación de campo en el lugar donde yacen los fragmentos de un barco naufragado, en las inmediaciones de El Fortín de Santa Rosa, 42 kilómetros al Este de Montevideo.
Los integrantes del equipo, Valerio Butte y Alejo Cordero, coincidieron en que el naufragio no ocurrió donde se encuentran hoy los restos. Según las primeras impresiones, se trataría de un fragmento de una de las bandas del barco siniestrado que el mar depositó en la playa. A 1.600 metros se localizó otro desprendimiento menor.
Las observaciones se efectuaron los días 27 y 28 de agosto, y el 1º y 3 de septiembre. Los integrantes del equipo procedieron entonces a una limpieza somera de la arena que cubría los restos, de una medida comprendida entre los 11.5 metros de largo por 7 de ancho, aproximadamente. Luego de medir la superficie expuesta, trabajaron en una zona más reducida, en donde se eligieron determinados puntos de análisis que volvieron a cubrir a fin de no alterar la estructura. “Nos remitimos a las medidas estructurales de la madera que componían ese fragmento”, indicaron.
Los trabajos permitieron identificar cuadernas (piezas relativas al esqueleto del barco), tablazón del forro interior y exterior del casco, deck deam shelves y deck deam clamps (ménsulas que soportan la estructura de la cubierta). Además se encontró clavillería (una suerte de de ligazón de madera y metal), respiradores del forro interior del casco y un fragmento del curvatón metálico (utilizado para asegurar la cubierta al forro interior del casco).

¿Armas o guano?

La información obtenida no permitió identificar el barco naufragado porque en el lugar no se identificaron piezas clave como la quilla o la proa. “Lo único que tenemos es la estructura de madera y con ella podemos aproximarnos a la fecha y procedencia de la embarcación. Al no coincidir el lugar de los restos con el que se produjo el naufragio, no se va a encontrar un cañón o piezas de cerámica que delimiten la temporalidad del barco”, sostuvieron los investigadores.
Las piezas analizadas y su distribución aportan evidencia de que podría tratarse de un barco de tres cubiertas. Las medidas estructurales del casco lo sitúan en una línea de buques de entre 1.050 y 2.500 toneladas de desplazamiento. El curvatón metálico, sumado a otras características estructurales del fragmento, permitieron estimar la fecha de construcción entre los años 1820 y 1870.
Según Butte, durante el siglo XX en el Río de la Plata hubo un tránsito fluido de embarcaciones similares que transportaban guano peruano a Inglaterra. Hoy día, en Puerto Stanley (Islas Malvinas) habría cinco o seis cascos de barcos similares que están varados y son utilizados como depósitos de lana. Los interlocutores reconocen que la información obtenida no es suficiente y requiere un abordaje más sistemático y exhaustivo que permitirá sostenerla o refutarla.
Con anterioridad, el profeso Daniel Torena había indicado que los vestigios encontrados en la zona corresponderían al naufragio de un barco de transporte militar de la expedición del capitán MacNamara en 1763, lo que no coincide con las “conjeturas” manejadas por el equipo de la Comisión de Patrimonio. Esta tiene la idea de buscar, junto con el profesor Torena, planos o datos más precisos de la construcción y características de los barcos hundidos de esa flota. También existen planes de integrar a las tareas a los participantes del curso de Entrenamiento en Arqueología Subacuática que se realizó en la Academia de Guerra Naval, recientemente, en una suerte de sitio escuela.

El Lord Clive naufragó en 1763 frente a Colonia

Luego de exhaustivos estudios en archivos portugueses, ingleses, brasileños y argentinos, el profesor Daniel Torena (45 años) logró reconstruir la expedición de la flota anglo-portuguesa del capitán MacNamara, que arribó al Río de la Plata en 1762. A un transporte militar de esa misión corresponderían, según el investigador, los restos hallados en las inmediaciones del Fortín de Santa Rosa el año pasado. Al mismo tiempo, el profesor Torena encontró documentación que ubíca el lugar donde se habría hundido el poderoso navío Lord Clive, atacado por las fuerzas españolas frente al puerto de Colonia.
Fue a mediados del siglo XVIII que los gobiernos inglés y portugués se asociaron, a instancias del ministro lusitano Gomes Freire, en una expedición militar. Esta debía bombardear la sede del gobernador del Río de la Plata, Buenos Aires, y apoyar a las fuerzas portuguesas asentadas en Colonia. Se consiguió patente de corso y la financiación de John Read, un banquero y comerciante británico con fuertes intereses en Buenos Aires y Londres. La mayor potencia naval de entonces destinó el poderoso navío de línea Lord Clive, de 64 cañones, con capacidad para atacar y destruir fortificaciones terrestres. Su comandante fue el capitán de navío John MacNamara (ancestro de quien fuera secretario de Defensa de los Estados Unidos). A esta embarcación se les sumó la ágil y fuertemente equipada. Ambuscade, de 40 cañones y como nave comando de la flota y de la expedición militar, se incluyó a la William Roberts. Portugal dispuso la mejor fragata de su marina, la Nossa Senhora da Gloria, de 38 cañones, además de ocho transportes militares con 1.650 hombres.
Las doce naves parten de Río de Janeiro el 21 de noviembre desconociendo la derrota y capitulación del gobernador de Colonia, brigadier Fonseca, ante el gobernador del Río de la Plata, teniente general Pedro de Ceballos, ocurrida el día 3 de ese mes. Ceballos había sido informado sobre la presencia de naves portuguesas en el Plata, por lo que dispuso emplazar a la artillería sobre la costa y reforzar la artillería de Colonia de Sacramento.
MacNamara arribó al Río de la Plata en diciembre de 1762 y recién entonces se enteró de la caída de Colonia. Tira anclas en una ensenada denominada entonces Playa de Santa Rosa, en Canelones y allí una sudestada provoca el naufragio de un transporte militar.

Sangre y pólvora

MacNamara aguardó infructuosamente casi un mes el refuerzo de tres naves. El 5 de enero de 1763 levanta anclas y resuelve enfrentar a los españoles en Colonia y no en Buenos Aires, como indicaba el plan original. Toma la precaución de pasar por la noche y lo más distante posible de Montevideo. En las primeras horas de la mañana del 6 de enero ordena el plan de batalla y sobre el mediodía inicia el bombardeo implacable a las posiciones españolas en Colonia.
El navío insignia Lord Clive ocupó el centro y las fragatas se ubicaron en los flancos, concentrando el fuego sobre las fortificaciones y la ciudadela. Los impactos de los proyectiles ingleses y portugueses ocasionaron grandes daños a las murallas. La artillería española respondió de inmediato. El general Ceballos, quien se encontraba enfermo, tomó el mando de las operaciones de las baterías hispánicas en su peor momento. Las naves inglesas más expuestas al fuego de la defensa recibieron los mayores impactos pero continuaron en combate aprovechando su gran capacidad de fuego. Las acciones se precipitaron. Un impacto dio en un sector de cubierta del Lord Clive provocando un incendio. El fuego se propagó por cubierta rápidamente y provocó la muerte de varios tripulantes. MacNamara es herido gravemente y debido a una explosión cae al agua. Dos de sus oficiales procuran rescatarlo. El capitán, conciente de su situación, no pone en riesgo la vida de los subalternos. Les entrega el sable de mando y ordena que lo dejen. Su cuerpo herido desapareció de la superficie. De los más de 500 marinos que transportaba el Lord Clive, tan sólo 80 sobrevivieron. La fragata Ambuscade recibió más de 40 impactos y se retiró de batalla. La Nossa Senhora da Gloria siguió a la británica y los transportes hicieron lo propio. Un número importante de marinos ingleses fueron rescatados por los españoles y llevados como prisioneros de guerra a Buenos Aires, donde los oficiales fueron interrogados. Los archivos registran que 72 marineros fueron hechos prisioneros y liberados por la firma del Tratado de Paz de París, que preveía la entrega de Colonia del Sacramento a Portugal.

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Pocos saben que el sarcófago de una sacerdotisa egipcia está en Uruguay desde hace más de un siglo
ESO-ERIS O LA HISTORIA DE LA MOMIA URUGUAYA

Pocas historias nos relacionan directamente con el Antiguo Egipto como la increíble aventura de una joven sacerdotisa Eso-eris. Esta hermosa mujer encontró la muerte hace más de 2.500 años, en plena decadencia de la civilización egipcia. Jamás sospechó que muchos siglos más tarde un ingeniero uruguayo, cautivado por su belleza, la traería a Uruguay tras un largo e inesperado viaje a través del mar. En esta tierra extraña y desconocida para ella, muy lejos de las arenas anegadas por el Nilo que tanto amó, encontró su reposo definitivo, casi olvidada por todos.

La historia comenzó en 1889, cuando Luis Viglione, un uruguayo radicado desde muy joven en Buenos Aires, en cuya Facultad de Ciencias Exactas obtuvo el título de Ingeniero Civil en 1878, emprendió un viaje de placer a Europa y Cercano Oriente, cuyas impresiones plasmó en un libro llamado “Cartas de Nápoles. Alejandría y Cairo en Egipto”. En esta obra menciona la compra de una réplica de la famosa estatua del rey Khefrén y la adquisición de dos momias que encontró en el Museo de Boulacq, en la capital egipcia. A su regreso las trajo consigo al Río de la Plata, presumiblemente junto a un ibis, dos manos y dos brazos momificados que estarían olvidados en el depósito del Museo de Historia Natural. Donó una de las momias a su país de residencia, la Argentina, y hoy se exhibe en el Museo de La Plata. La otra, que estaba en ese entonces en mejor estado de conservación y provista de su ajuar funerario completo, la entregó al Museo Nacional de Historia Natural de Montevideo, en 1890. A pesar del tiempo que ha transcurrido, pocos uruguayos saben de su existencia y, curiosamente, pese a conservarse en buen estado, no se exhibe regularmente al público.
El conjunto de objetos donados por Viglione a fines del siglo pasado estaba constituido por una mascarilla funeraria cubierta por una delgadísima lámina de oro puro, el ataúd de madera y la propia momia, a la que uno de los directores del Museo, Carlos Berg, preparó en su época para ser exhibida en público utilizando un procedimiento poco ortodoxo, aunque de indudable valor didáctico. Mediante una incisión longitudinal removió las vendas que cubrían el lado izquierdo, de tal modo que el cuerpo, visto desde un extremo de la sala, aparecía totalmente envuelto en las vendas originales, con la única excepción de la cabeza, en tanto que, desde el extremo opuesto, se podía apreciar el excelente estado de preservación del tronco y las extremidades. El 16 de mayo de 1891, Berg, considerado la primera autoridad científica que tuvo el Museo, le envió una carta a Viglione en donde expresaba su reconocimiento por el obsequio hecho al Museo y le contaba que, una vez “cortados los múltiples paños que la envuelven, y descubiertas la cabeza, el cuello y la mitad del cuerpo, la momia de una mujer de 40 años, más o menos, se presenta en un estado admirable de conservación, mostrando todos los miembros en perfecto estado y aun las pestañas en el párpado derecho. Es la momia mejor conservada que a mi saber se ha visto, y la cual, por consiguiente, viene a constituir un precioso objeto del Museo de Historia Natural”.
Durante más de ochenta años esta momia no figuró en las revistas especializadas y despertó poco interés en el exterior. Los únicos estudiosos que le dedicaron algún tiempo fueron los egiptólogos Adolfo Erman, quien analizó las inscripciones de la momia y proporcionó una traducción parcial de las mismas, y Jean Capart, que visitó el Museo en 1936 e hizo algunas anotaciones en su diario de viaje relacionadas a los signos pintados en la tapa del ataúd.
Transcurrieron los años y durante el gobierno militar la momia fue trasladada al Museo Arqueológico del Palacio Taranco, donde permaneció hasta principios de 1977. Posteriormente, una nueva decisión administrativa la volvió a su lugar inicial. En 1973 el egiptólogo uruguayo Juan Castillos, junto a un equipo multidisciplinario integrado además por Juan Pecantet, Ernesto Silva y Rinaldo Tuset, comenzaba a estudiar las inscripciones egipcias de la momia. En 1976, se publicaron las primeras conclusiones bajo el título “Una momia egipcia de la Baja Época conservada en el Museo Arqueológico del Palacio Taranco de Montevideo”. Un año más tarde, en París, la “Revista de Egiptología” comenzó a escribir sobre la momia aparecida en Uruguay.
Esta información tuvo una buena acogida en la comunidad científica internacional y sirvió para dar a conocer la existencia casi ignorada de la momia, al tiempo que significó el estudio más riguroso realizado hasta la fecha. Para Castillos su importancia radica en que las momias “están catalogadas como los objetos más interesantes de las colecciones egiptológicas. En un principio eran simple objeto de curiosidad y hoy lo son de investigación. Una momia permite enriquecer el conocimiento de la religión, de las costumbres funerarias, del lenguaje y de las condiciones de vida del Antiguo Egipto”.

¿Una muerte prematura?

Tres elementos integraron la donación del ingeniero uruguayo: el ataúd, en madera de sicomoro y construido con base y tapa, la mascarilla, que cubría parcialmente la cabeza y el cuello de la persona embalsamada, reproduciendo de manera ideal los rasgos de la misma, y la propia momia cuya altura, en su condición actual, prácticamente deshidratada, es de 1.48 metros. Los dientes no presentan mayor desgaste, salvo tres de ellos, que muestran fracturas longitudinales provocadas posiblemente después de la muerte, por la acción del tiempo. No hay cabellos ni pelos visibles en el cuerpo, con excepción de diez pestañas en el párpado superior derecho. La lengua está en excelentes condiciones y presenta todavía cierta movilidad. Ambos brazos están extendidos y las manos se juntan por sobre la zona genital con las palmas hacia abajo, la mano derecha abierta y la izquierda cerrada. Los vendajes que cubren el cuerpo consisten en tiras de algodón, cuyo grosor varía desde los catorce centímetros hasta un milímetro en los pies.
Los jeroglíficos que cubren parcialmente la tapa del ataúd fueron descifrados en su momento por Adolfo Erman, director del Museo Egiptológico de Berlín. Éste llegó a la conclusión de que el cuerpo momificado perteneció a una joven sacerdotisa del templo del dios Mim, en la ciudad de Akmîm, en Egipto Central, cuya ocupación era la de tocar un instrumento musical llamado sistro durante las ceremonias religiosas. El nombre del persona puede transcribirse como Eso-ere o Eso-eris, que significa “La Gran Isis”.
El del padre, muerto al producirse el deceso de Eso-eris, también figura en las inscripciones y puede pronunciarse como Nespe-mois. De acuerdo a la información proporcionada por Erman, los nombres de Eso-eris, Nespe-mois y de una mujer llamada Muthotep, presumiblemente la madre de la sacerdotisa, eran ya conocidos por figurar en algunas inscripciones de monumentos de la ciudad de Akhmîm, lo que permite pensar que se trata de una familia de sacerdotes. En opinión de Erman, esta momia pertenece a uno de los últimos siglos antes de la Era Cristiana y fue momificada entre la conquista persa y el comienzo de nuestra era. Castillos, por su parte, que realizó un estudio detallado de los elementos que componen la momia, tradujo nuevamente los jeroglíficos y coincidió en términos generales con la versión de su colega, aunque no halló a nadie con el nombre Muthotep, pero sí a una mujer llamada Ink-n-min.
El informe radiológico de los doctores Pecantet y Silva García, reveló que “los huesos delgados y pequeños indican que se trata de un ejemplar del sexo femenino que había terminado su desarrollo óseo, como lo demuestra la desaparición de las estructuras de crecimiento. La ausencia total de patologías en el esqueleto, así como el cuidado de la dentadura sugieren que esta persona no vivió más de 20 o 25 años”, a diferencia de los 40 años estimados por Berg en 1891. “Los enfoques del frente del cráneo permiten comprobar la destrucción de los pequeños huesos de las fosas nasales, debido a la manipulación con instrumentos, que abrían una brecha a través de la nariz para practicar el vaciamiento de la cavidad craneana. La columna vertebral muestra una discreta curvatura lateral que es muy común en las mujeres jóvenes. La musculatura prácticamente ha desaparecido, viéndose apenas una delgada banda clara entre la piel y el esqueleto”.
Como sucede con muchas momias los médicos radiólogos no pudieron establecer las causas de su muerte y hasta el momento no ha sido posible practicarle una tomografía computada. Sí incursionaron en el polémico tema de las posibles técnicas de momificación. Castillos recuerda que “desde hace muchos años se debate acerca de si la momia era sumergida en un baño de solución casi saturada de sales de sodio o si simplemente se cubría el cuerpo con las sales en estado sólido”. Las investigaciones de los especialistas determinaron que en el cráneo había una capa de relativo espesor de una sustancia opaca que podría tratarse de dichas sales, pero ello será objeto de un próximo estudio en el que deberán ser extraídas muestras del interior del cráneo para determinar, a ciencia cierta, qué es lo que allí hay depositado.
Una particularidad encontrada en esta momia es que en la tapa del ataúd se añade una colección de fórmulas mágicas destinadas a asegurar la apoteosis y el ascenso del muerto al Cielo y la protección antes sus enemigos en el más allá, lo que se conoce como Textos de las Pirámides. Castillos sostiene al respecto que en la Baja Época, más conocida como la época de decadencia egipcia, tuvo lugar la vigesimosexta dinastía coincidiendo con el período que algunos egiptólogos conocen como el renacimiento saíta. Esta denominación, incorrecta para el entrevistado, abarca un lapso en que Egipto, se vio avasallado por naciones más poderosas. Como respuesta a esta adversidad, los egipcios exploraron su pasado más remoto en una búsqueda de modelos antiguos en el arte, la religión y la literatura, y fue así que rescataron esos textos, que por entonces tenían una antigüedad de 2.000 años.

El sueño de la momia

Si la momificación era la búsqueda de preservar el cuerpo y con él los componentes espirituales para que la persona pudiera sobrevivir en la otra vida, no se puede aseverar que los egipcios hayan conocido el concepto de la paz como acceso a la eternidad. De un modo extraño, esta costumbre funeraria ha despertado, con el paso del tiempo, reacciones insospechadas. En la remota Edad Media se difundió en la farmacopea europea el mito de que las momias egipcias reducidas a polvo tenían propiedades curativas, por lo que, en un abrir y cerrar de ojos, se importaron cientos de miles de momias que, convertidas en pequeñas dosis, desaparecieron, tragadas por legiones de europeos preocupados por su buena salud. Hacia finales del siglo XVIII el tráfico pasó a manos de viajeros y de particulares de alto poder económico que regresaban al viejo continente provistos de estos souvenirs que posaban en gabinetes de curiosidades. Pero la atmósfera de misterio y temor que envolvía a todo lo relacionado al Antiguo Egipto, que no había desaparecido, fue suficiente para que aquellos cuerpos pasaran a ser considerados culpables de las desgracias de sus dueños. Esto determinó que abandonaran repentinamente las galerías particulares, como precaución, al temerse que fueran portadoras de desventuras. Sin proponérselo, pasaron a enriquecer las colecciones de los principales museos europeos donadas por personalidades acaudaladas de la época que advirtieron en las momias una suerte de juguetes peligrosos.

La Egiptología en Uruguay

La Egiptología es la ciencia que estudia la historia, lengua, escritura y arte del Antiguo Egipto. Jean Francois Champollion, considerado el padre de esta disciplina, leyó el 29 de septiembre de 1822, en la Academia de París, su “Lettre a Monsieur Dacier”, donde exponía los principios de la estructura jeroglífica egipcia, convirtiéndose así en la primer persona en interpretar en forma acertada aquellas filas de extraños símbolos. En Uruguay el desarrollo de la Egiptología está aún en pañales. Existen dos egiptólogos que son Alberto Bianchi y Juan José Castillos, este último formado en el exterior, que tuvieron la enorme responsabilidad de despertar en el país el interés de estudiar con rigor científico el Antiguo Egipto.
Fundaron en 1980 la Sociedad Uruguaya de Egiptología con fines de divulgación, y crearon en 1984 el Instituto Uruguayo de Egiptología, institución donde se forman especialistas en la disciplina. En estos momentos son 30 los estudiantes que están cursando sus 19 materias curriculares, las cuales exigen cuatro años de estudio. En su breve trayectoria, la institución ha llamado a concursos de Egiptología para estudiantes y aficionados, brindando asesoramiento a alumnos y docentes, organizando conferencias y editando publicaciones periódicas, y sus asociados han viajado a congresos internacionales. Al mismo tiempo, la entidad mantiene un incesante intercambio de correspondencia con universidades y especialistas extranjeros.
Las muestras de elementos de la civilización egipcia, en la actualidad, está diseminada en tres museos de la capital: el Museo Egipcio, perteneciente a la SUE, el Museo de Historia Natural, administrado por el Ministerio de Educación y Cultura, y el Museo de Historia del Arte, en la esfera de la Intendencia Municipal de Montevideo. El primero cuenta con 102 objetos, la mayoría de los cuales son piezas originales, dispuestos en siete vitrinas junto a instrumentos tales como medidores de temperatura y humedad relativa. Su principal cometido es que los estudiantes del Instituto tengan acceso a artefactos y objetos de arte representativos de esa civilización sin tener que salir del centro de estudios. El Museo de Historia Natural en estos momentos tiene sus puertas cerradas al público por falta de personal y cuenta con la pieza más valiosa existente en el medio que es, precisamente, la momia. Si bien se tiene confianza en los cuidados de mantenimiento que aquí pueda tener esa pieza, los especialistas no coinciden en que éste sea el mejor lugar. Consultado el
ex director del Museo e investigador honorario, Miguel Klapenbach, expresó que, al tratarse de una museo de Historia Natural, tienen cabida por definición, la Geología, la Arqueología, la Antropología y la Paleontología, y el Hombre forma parte de este universo científico, por lo que, además de la momia, se expone también material indígena.
Finalmente, está el Museo de Historia del Arte, considerado el lugar más apto para la exhibición de la momia y que cuenta con la colección más completa del país. En un sector se erigió lo que el Coordinador y Asesor del Museo, Gustavo Ferrari, definió como “la recreación de un tipo de tumba egipcia estándar que toma como modelo las encontradas en el Valle de los Reyes”. Comentó que “aquí se dan todas las condiciones de seguridad biológica, de humedad y de iluminación, que no perjudican a la momia, la tumba ni la mascarilla”. Cuando la cripta se construyó, en 1992, no se pretendió forzar una decisión para cambiar su lugar, pero se hizo con la idea de reconocer que la momia debería estar junto a la colección más completa del país. “Es contraproducente –dice Castillos- que en un país que tiene una pequeña colección de arte egipcio la misma esté desperdigada por varios lugares, lo que hace que nadie la visite y conozca, a pesar de que la momia hace más de 100 años que está entre nosotros hay muchas personas que no saben que existe y eso a mí me asombra”, concluyó.

Posdata. No.22. Viernes 3 de febrero de 1995

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TÓMESE UNA GRAPPA JUNTO A UN HUEVO DE DINOSAURIO

Un huevo de dinosaurio de noventa millones de años es algo con lo que uno no se encuentra todos los días, excepto para los parroquianos y curiosos que llegan hasta el bar Midway, en el modesto barrio Estación de la ciudad de Minas.
Una reducida oferta de bebidas alcohólicas detrás del mostrador, y algunas mesas y sillas ubicadas junto a la ventana, no son elementos que diferencien al establecimiento de la competencia. El cuero de una serpiente cascabel de dos metros setenta y siete, capturada en la ciudad de Rivera, una carabina de origen incierto o una colección de cuadros que ilustran las andanzas de Don Quijote de la Mancha, fechada en 1846, son algunos elementos que en las paredes han sustituido a las tradicionales fotografías amarillentas.

“Soy una persona inquieta y colecciono prácticamente de todo”, señala su propietario, Wilson Arriola (49). En el espacio central del recinto, una mesa de billar de roble del siglo XVIII reúne una colección de monedas antiguas provenientes de diferentes partes del mundo. Entre las más apreciadas se destacan una moneda de plata del año 1696 y otra de cuño español de 1788. También las hay que abarcan diferentes épocas de la historia nacional. “Si bien nos constituimos en un país independiente en 1825, la primera moneda uruguaya fue acuñada en 1840; durante esos quince años se utilizaron los décimos de Buenos Aires”, explica mientras señala con el índice su ubicación en la vitrina.
Uno de los elementos que ha concitado en mayor medida la atención de niños y adultos es una hormiga del género león, ingresada al país por un militar que participó en una misión de paz en Mozambique. Arriola sostiene que dos de estos insectos fueron traídos desde África. Al constituir una especie belicosa y territorial, ambos se enfrentaron y el que murió es el que se exhibe en un frasco con formol.

Huevos de lechuza contra el alcohol

Una colección de botellas de tiempos pretéritos, entre las que se destaca una aceitera en cuya superficie se deja ver el año 1881, el pasaje de barco de una familia de inmigrantes procedente de Tenerife en 1902 o un desvencijado ejemplar de la revista argentina “Caras y Caretas” de 1912 constituyen otros apreciados objetos. “El que quiere, puede venir y mirar. Esto está al alcance de todo el mundo y no le cobro un peso a nadie”, dice con satisfacción el responsable del museo-bar.
Durante su juventud Arriola inició estudios universitarios en la Facultad de Derecho, los cuales no concluyó. De esos años conservó su interés por la historia. “Me encanta y me motiva. Todo lo que sea investigación, aunque parezca lo más insignificante, me interesa”, afirma. Además de hacer lo que le gusta, el coleccionista y comerciante deja entrever que su motivación tiene un fuerte sustento familiar. “Esto lo hago por mis hijos, para dejarles una huella, por tener inquietudes y hacer algo importante”, confiesa.
Otro objeto de considerable valor tiene la apariencia de un reloj de bolsillo que al abrirse adopta la forma de un pequeño recipiente para beber. Perteneció, presumiblemente, a un oficial que luchó en las campañas francesas de Napoleón Bonaparte, según la historia de la familia de quien lo obtuvo. “La gente se deleita al ver todas estas cosas”, menciona Arriola.
Hurgando en un rincón se puede descubrir, además, un ejemplar editado en 1941 de “Medicina popular y folklore mágico del Uruguay”, del profesor Ildefonso Pereda Valdés. Una de las recetas, que provoca la sonrisa del entrevistado, recomienda utilizar un brebaje con huevos de lechuza para alejar a los bebedores del alcohol.
En su actividad de coleccionista, la divulgación ocupa en la vida de Arriola un lugar preponderante. “La cultura tiene que ser compartida. En Uruguay tenemos una rica historia, pero lamentablemente no está al alcance de todo el mundo”, se lamenta.

Con embrión mejor

El huevo fosilizado de dinosaurio que Wilson Arriola tiene en su poder desde hace seis meses fue encontrado accidentalmente en Durazno por un productor mientras araba una parcela. La curiosidad hizo que además de una lasca desprendida por el arado, el trabajador quitara las tres cuartas partes de la cáscara, procurando develar si se trataba de una pieza indígena. El resto de la superficie exhibe el molde interno, por el cual en algún momento del proceso se filtró agua. Esta esfera, de tamaño aproximado al de una bola de bowling, pesa 6.40 kilogramos y tiene un diámetro de entre 15 y 20 centímetros. Arriola considera que su esfericidad no ha sido deformada por la presión de los sedimentos, cuyos vestigios se encuentran adheridos a uno de los polos del huevo.
El profesor adjunto en Paleontología de la Facultad de Ciencias, Richard Fariña, quien recientemente tomó contacto con la pieza, opina que no tiene dudas en cuanto a que se trata de un huevo de dinosaurio fosilizado. A pesar de la singularidad del hallazgo, entiende que no es revolucionario para la Paleontología en nuestro país. Ya se habían encontrado huevos similares en los departamentos de Durazno y Soriano. Todos ellos pertenecen al período Cretácico Superior; el que hoy se exhibe en Minas corresponde probablemente a un Antarctosaurus, un dinosaurio de 63 toneladas que vivió hace 90 millones de años. El hallazgo incrementaría su interés si se comprobara que la cavidad que aparece en la tomografía que se le practicó en un hospital local pertenece a un embrión. Esta zona se diferencia en su composición del resto de la masa. Se encuentra, además, acompañada de espacios más pequeños que corresponderían a porciones de aire formadas durante el proceso de fosilización y que será necesario continuar investigando.
Fariña entiende que Arriola procedió correctamente al evitar la comercialización de la pieza en el mercado de fósiles. Incluso considera razonable que pueda permanecer en el barrio Estación para su exhibición, porque de esa forma se contempla el espíritu de “función social” previsto para estos casos en la legislación uruguaya. “No tengo plata, pero no lo vendo”, culminó diciendo Arriola.

Primera Plana. Martes 12 de septiembre de 2000

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