domingo, 28 de junio de 2009

DESDE HACE DOSCIENTOS AÑOS NO DESCANSAN EN PAZ

Once naufragios, cifra que podría llegar hasta catorce, son los constatados en las costas de Canelones desde le año 1699 hasta 1830 por el investigador histórico profesor Daniel Torena, en una compilación que aguarda su publicación. El referido estudio es el producto de dos años de hurgar en registros de barcos hundidos en el Río de la Plata, en materiales de los archivos Nacional de Río de Janeiro, del British Museum, de la Royal Navy, de la Biblioteca Nacional de Lisboa y de Buenos Aires, entre otras fuentes. “No nos limitamos a buscar en archivos españoles o argentinos sino que accedimos a documentos portugueses e ingleses y encontramos datos que no están en el Archivo Histórico de la Nación”, aseguró el investigador.
El interés por el tema fue incrementado en septiembre del año pasado cuando el hallazgo de una embarcación antigua en las inmediaciones del Fortín de Santa Rosa fue declarado de interés departamental por la Junta Departamental de Canelones. Por entonces, efectivos de la Prefectura Naval con asiento en Atlántida detectaron accidentalmente fragmentos de un barco que la arena y los años cubrieron.

Entre el agua y la arena

El profesor Torena prefirió omitir el nombre de la embarcación, aunque señaló que ésta guarda estrecha relación con los restos similares encontrados frente al balneario Villa Argentina. En ambos casos se constató que se había utilizado el mismo tipo de tecnología naval, lo cual hace pensar que los restos podrían pertenecer a navíos de una misma flota o, incluso, embarcación. “El tipo de construcción en hierro hace suponer que era un navío inglés o portugués debido a la alianza estratégica que por entonces mantenían las dos potencias”.
Los fragmentos descriptos pertenecerían a la embarcación que integraba la flota anglo-portuguesa del capitán MacNamara, que estuvo anclada en 1762 en la ensenada que hoy comprenden loa balnearios Atlántida y El Fortín de Santa Rosa. La embarcación de 30 metros de eslora y un desplazamiento a plena carga de más de 450 toneladas se perdió a consecuencia de una sudestada.
“Lo que está en la playa no es lo más importante”, asegura el profesor Torena, desestimulando a los ocasionales buscadores de tesoros. El barco servía como transporte militar y no se sabe con certeza si en sus bodegas se encontraba parte de los caudales con lo que se pagaba a los marinos de la flota. Armas y algunas provisiones completaban su carga.
Además del descripto, frente a Neptunia, se encuentran descansando en el fondo marino los vestigios de una fragata hundida el 23 de noviembre de 1806. Sin ir más lejos, el nombre Santa Rosa, que en el siglo XVIII identificaba a buena parte de la franja costera canaria, tuvo su origen en un pequeño bergantín hundido presumiblemente en 1744 en la zona de El Fortín.
Junto a estos casos, se tiene la certeza que el 23 de noviembre de 1806 se hundió una fragata frente a las costas de Neptunia. Los estudios, hasta el momento reservados, también dan cuenta que la embarcación a la que se refieren los vecinos de San Luis podría existir. En este balneario se encontrarían vestigios de un barco que se hundió, como consecuencia de las inclemencias del tiempo, en las proximidades del arroyo El Bagre.
“La zona es intrigante y apasionante”, confía el profesor Torena. La docena de naufragios registrados entre el Arroyo Solís y la Isla de Flores pertenecen a navíos de banderas inglesas, portuguesas y españolas. En su inesperado final tuvieron mucho que ver los bancos de arena y la temible sudestada.

Falta de quilla y proa dificulta identificar barco de El Fortín

En los próximos días se cumple un año de que un equipo del Departamento de Arqueología de la Comisión del Patrimonio Cultural de la Nación realizara una investigación de campo en el lugar donde yacen los fragmentos de un barco naufragado, en las inmediaciones de El Fortín de Santa Rosa, 42 kilómetros al Este de Montevideo.
Los integrantes del equipo, Valerio Butte y Alejo Cordero, coincidieron en que el naufragio no ocurrió donde se encuentran hoy los restos. Según las primeras impresiones, se trataría de un fragmento de una de las bandas del barco siniestrado que el mar depositó en la playa. A 1.600 metros se localizó otro desprendimiento menor.
Las observaciones se efectuaron los días 27 y 28 de agosto, y el 1º y 3 de septiembre. Los integrantes del equipo procedieron entonces a una limpieza somera de la arena que cubría los restos, de una medida comprendida entre los 11.5 metros de largo por 7 de ancho, aproximadamente. Luego de medir la superficie expuesta, trabajaron en una zona más reducida, en donde se eligieron determinados puntos de análisis que volvieron a cubrir a fin de no alterar la estructura. “Nos remitimos a las medidas estructurales de la madera que componían ese fragmento”, indicaron.
Los trabajos permitieron identificar cuadernas (piezas relativas al esqueleto del barco), tablazón del forro interior y exterior del casco, deck deam shelves y deck deam clamps (ménsulas que soportan la estructura de la cubierta). Además se encontró clavillería (una suerte de de ligazón de madera y metal), respiradores del forro interior del casco y un fragmento del curvatón metálico (utilizado para asegurar la cubierta al forro interior del casco).

¿Armas o guano?

La información obtenida no permitió identificar el barco naufragado porque en el lugar no se identificaron piezas clave como la quilla o la proa. “Lo único que tenemos es la estructura de madera y con ella podemos aproximarnos a la fecha y procedencia de la embarcación. Al no coincidir el lugar de los restos con el que se produjo el naufragio, no se va a encontrar un cañón o piezas de cerámica que delimiten la temporalidad del barco”, sostuvieron los investigadores.
Las piezas analizadas y su distribución aportan evidencia de que podría tratarse de un barco de tres cubiertas. Las medidas estructurales del casco lo sitúan en una línea de buques de entre 1.050 y 2.500 toneladas de desplazamiento. El curvatón metálico, sumado a otras características estructurales del fragmento, permitieron estimar la fecha de construcción entre los años 1820 y 1870.
Según Butte, durante el siglo XX en el Río de la Plata hubo un tránsito fluido de embarcaciones similares que transportaban guano peruano a Inglaterra. Hoy día, en Puerto Stanley (Islas Malvinas) habría cinco o seis cascos de barcos similares que están varados y son utilizados como depósitos de lana. Los interlocutores reconocen que la información obtenida no es suficiente y requiere un abordaje más sistemático y exhaustivo que permitirá sostenerla o refutarla.
Con anterioridad, el profeso Daniel Torena había indicado que los vestigios encontrados en la zona corresponderían al naufragio de un barco de transporte militar de la expedición del capitán MacNamara en 1763, lo que no coincide con las “conjeturas” manejadas por el equipo de la Comisión de Patrimonio. Esta tiene la idea de buscar, junto con el profesor Torena, planos o datos más precisos de la construcción y características de los barcos hundidos de esa flota. También existen planes de integrar a las tareas a los participantes del curso de Entrenamiento en Arqueología Subacuática que se realizó en la Academia de Guerra Naval, recientemente, en una suerte de sitio escuela.

El Lord Clive naufragó en 1763 frente a Colonia

Luego de exhaustivos estudios en archivos portugueses, ingleses, brasileños y argentinos, el profesor Daniel Torena (45 años) logró reconstruir la expedición de la flota anglo-portuguesa del capitán MacNamara, que arribó al Río de la Plata en 1762. A un transporte militar de esa misión corresponderían, según el investigador, los restos hallados en las inmediaciones del Fortín de Santa Rosa el año pasado. Al mismo tiempo, el profesor Torena encontró documentación que ubíca el lugar donde se habría hundido el poderoso navío Lord Clive, atacado por las fuerzas españolas frente al puerto de Colonia.
Fue a mediados del siglo XVIII que los gobiernos inglés y portugués se asociaron, a instancias del ministro lusitano Gomes Freire, en una expedición militar. Esta debía bombardear la sede del gobernador del Río de la Plata, Buenos Aires, y apoyar a las fuerzas portuguesas asentadas en Colonia. Se consiguió patente de corso y la financiación de John Read, un banquero y comerciante británico con fuertes intereses en Buenos Aires y Londres. La mayor potencia naval de entonces destinó el poderoso navío de línea Lord Clive, de 64 cañones, con capacidad para atacar y destruir fortificaciones terrestres. Su comandante fue el capitán de navío John MacNamara (ancestro de quien fuera secretario de Defensa de los Estados Unidos). A esta embarcación se les sumó la ágil y fuertemente equipada. Ambuscade, de 40 cañones y como nave comando de la flota y de la expedición militar, se incluyó a la William Roberts. Portugal dispuso la mejor fragata de su marina, la Nossa Senhora da Gloria, de 38 cañones, además de ocho transportes militares con 1.650 hombres.
Las doce naves parten de Río de Janeiro el 21 de noviembre desconociendo la derrota y capitulación del gobernador de Colonia, brigadier Fonseca, ante el gobernador del Río de la Plata, teniente general Pedro de Ceballos, ocurrida el día 3 de ese mes. Ceballos había sido informado sobre la presencia de naves portuguesas en el Plata, por lo que dispuso emplazar a la artillería sobre la costa y reforzar la artillería de Colonia de Sacramento.
MacNamara arribó al Río de la Plata en diciembre de 1762 y recién entonces se enteró de la caída de Colonia. Tira anclas en una ensenada denominada entonces Playa de Santa Rosa, en Canelones y allí una sudestada provoca el naufragio de un transporte militar.

Sangre y pólvora

MacNamara aguardó infructuosamente casi un mes el refuerzo de tres naves. El 5 de enero de 1763 levanta anclas y resuelve enfrentar a los españoles en Colonia y no en Buenos Aires, como indicaba el plan original. Toma la precaución de pasar por la noche y lo más distante posible de Montevideo. En las primeras horas de la mañana del 6 de enero ordena el plan de batalla y sobre el mediodía inicia el bombardeo implacable a las posiciones españolas en Colonia.
El navío insignia Lord Clive ocupó el centro y las fragatas se ubicaron en los flancos, concentrando el fuego sobre las fortificaciones y la ciudadela. Los impactos de los proyectiles ingleses y portugueses ocasionaron grandes daños a las murallas. La artillería española respondió de inmediato. El general Ceballos, quien se encontraba enfermo, tomó el mando de las operaciones de las baterías hispánicas en su peor momento. Las naves inglesas más expuestas al fuego de la defensa recibieron los mayores impactos pero continuaron en combate aprovechando su gran capacidad de fuego. Las acciones se precipitaron. Un impacto dio en un sector de cubierta del Lord Clive provocando un incendio. El fuego se propagó por cubierta rápidamente y provocó la muerte de varios tripulantes. MacNamara es herido gravemente y debido a una explosión cae al agua. Dos de sus oficiales procuran rescatarlo. El capitán, conciente de su situación, no pone en riesgo la vida de los subalternos. Les entrega el sable de mando y ordena que lo dejen. Su cuerpo herido desapareció de la superficie. De los más de 500 marinos que transportaba el Lord Clive, tan sólo 80 sobrevivieron. La fragata Ambuscade recibió más de 40 impactos y se retiró de batalla. La Nossa Senhora da Gloria siguió a la británica y los transportes hicieron lo propio. Un número importante de marinos ingleses fueron rescatados por los españoles y llevados como prisioneros de guerra a Buenos Aires, donde los oficiales fueron interrogados. Los archivos registran que 72 marineros fueron hechos prisioneros y liberados por la firma del Tratado de Paz de París, que preveía la entrega de Colonia del Sacramento a Portugal.

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