domingo, 28 de junio de 2009

Pocos saben que el sarcófago de una sacerdotisa egipcia está en Uruguay desde hace más de un siglo
ESO-ERIS O LA HISTORIA DE LA MOMIA URUGUAYA

Pocas historias nos relacionan directamente con el Antiguo Egipto como la increíble aventura de una joven sacerdotisa Eso-eris. Esta hermosa mujer encontró la muerte hace más de 2.500 años, en plena decadencia de la civilización egipcia. Jamás sospechó que muchos siglos más tarde un ingeniero uruguayo, cautivado por su belleza, la traería a Uruguay tras un largo e inesperado viaje a través del mar. En esta tierra extraña y desconocida para ella, muy lejos de las arenas anegadas por el Nilo que tanto amó, encontró su reposo definitivo, casi olvidada por todos.

La historia comenzó en 1889, cuando Luis Viglione, un uruguayo radicado desde muy joven en Buenos Aires, en cuya Facultad de Ciencias Exactas obtuvo el título de Ingeniero Civil en 1878, emprendió un viaje de placer a Europa y Cercano Oriente, cuyas impresiones plasmó en un libro llamado “Cartas de Nápoles. Alejandría y Cairo en Egipto”. En esta obra menciona la compra de una réplica de la famosa estatua del rey Khefrén y la adquisición de dos momias que encontró en el Museo de Boulacq, en la capital egipcia. A su regreso las trajo consigo al Río de la Plata, presumiblemente junto a un ibis, dos manos y dos brazos momificados que estarían olvidados en el depósito del Museo de Historia Natural. Donó una de las momias a su país de residencia, la Argentina, y hoy se exhibe en el Museo de La Plata. La otra, que estaba en ese entonces en mejor estado de conservación y provista de su ajuar funerario completo, la entregó al Museo Nacional de Historia Natural de Montevideo, en 1890. A pesar del tiempo que ha transcurrido, pocos uruguayos saben de su existencia y, curiosamente, pese a conservarse en buen estado, no se exhibe regularmente al público.
El conjunto de objetos donados por Viglione a fines del siglo pasado estaba constituido por una mascarilla funeraria cubierta por una delgadísima lámina de oro puro, el ataúd de madera y la propia momia, a la que uno de los directores del Museo, Carlos Berg, preparó en su época para ser exhibida en público utilizando un procedimiento poco ortodoxo, aunque de indudable valor didáctico. Mediante una incisión longitudinal removió las vendas que cubrían el lado izquierdo, de tal modo que el cuerpo, visto desde un extremo de la sala, aparecía totalmente envuelto en las vendas originales, con la única excepción de la cabeza, en tanto que, desde el extremo opuesto, se podía apreciar el excelente estado de preservación del tronco y las extremidades. El 16 de mayo de 1891, Berg, considerado la primera autoridad científica que tuvo el Museo, le envió una carta a Viglione en donde expresaba su reconocimiento por el obsequio hecho al Museo y le contaba que, una vez “cortados los múltiples paños que la envuelven, y descubiertas la cabeza, el cuello y la mitad del cuerpo, la momia de una mujer de 40 años, más o menos, se presenta en un estado admirable de conservación, mostrando todos los miembros en perfecto estado y aun las pestañas en el párpado derecho. Es la momia mejor conservada que a mi saber se ha visto, y la cual, por consiguiente, viene a constituir un precioso objeto del Museo de Historia Natural”.
Durante más de ochenta años esta momia no figuró en las revistas especializadas y despertó poco interés en el exterior. Los únicos estudiosos que le dedicaron algún tiempo fueron los egiptólogos Adolfo Erman, quien analizó las inscripciones de la momia y proporcionó una traducción parcial de las mismas, y Jean Capart, que visitó el Museo en 1936 e hizo algunas anotaciones en su diario de viaje relacionadas a los signos pintados en la tapa del ataúd.
Transcurrieron los años y durante el gobierno militar la momia fue trasladada al Museo Arqueológico del Palacio Taranco, donde permaneció hasta principios de 1977. Posteriormente, una nueva decisión administrativa la volvió a su lugar inicial. En 1973 el egiptólogo uruguayo Juan Castillos, junto a un equipo multidisciplinario integrado además por Juan Pecantet, Ernesto Silva y Rinaldo Tuset, comenzaba a estudiar las inscripciones egipcias de la momia. En 1976, se publicaron las primeras conclusiones bajo el título “Una momia egipcia de la Baja Época conservada en el Museo Arqueológico del Palacio Taranco de Montevideo”. Un año más tarde, en París, la “Revista de Egiptología” comenzó a escribir sobre la momia aparecida en Uruguay.
Esta información tuvo una buena acogida en la comunidad científica internacional y sirvió para dar a conocer la existencia casi ignorada de la momia, al tiempo que significó el estudio más riguroso realizado hasta la fecha. Para Castillos su importancia radica en que las momias “están catalogadas como los objetos más interesantes de las colecciones egiptológicas. En un principio eran simple objeto de curiosidad y hoy lo son de investigación. Una momia permite enriquecer el conocimiento de la religión, de las costumbres funerarias, del lenguaje y de las condiciones de vida del Antiguo Egipto”.

¿Una muerte prematura?

Tres elementos integraron la donación del ingeniero uruguayo: el ataúd, en madera de sicomoro y construido con base y tapa, la mascarilla, que cubría parcialmente la cabeza y el cuello de la persona embalsamada, reproduciendo de manera ideal los rasgos de la misma, y la propia momia cuya altura, en su condición actual, prácticamente deshidratada, es de 1.48 metros. Los dientes no presentan mayor desgaste, salvo tres de ellos, que muestran fracturas longitudinales provocadas posiblemente después de la muerte, por la acción del tiempo. No hay cabellos ni pelos visibles en el cuerpo, con excepción de diez pestañas en el párpado superior derecho. La lengua está en excelentes condiciones y presenta todavía cierta movilidad. Ambos brazos están extendidos y las manos se juntan por sobre la zona genital con las palmas hacia abajo, la mano derecha abierta y la izquierda cerrada. Los vendajes que cubren el cuerpo consisten en tiras de algodón, cuyo grosor varía desde los catorce centímetros hasta un milímetro en los pies.
Los jeroglíficos que cubren parcialmente la tapa del ataúd fueron descifrados en su momento por Adolfo Erman, director del Museo Egiptológico de Berlín. Éste llegó a la conclusión de que el cuerpo momificado perteneció a una joven sacerdotisa del templo del dios Mim, en la ciudad de Akmîm, en Egipto Central, cuya ocupación era la de tocar un instrumento musical llamado sistro durante las ceremonias religiosas. El nombre del persona puede transcribirse como Eso-ere o Eso-eris, que significa “La Gran Isis”.
El del padre, muerto al producirse el deceso de Eso-eris, también figura en las inscripciones y puede pronunciarse como Nespe-mois. De acuerdo a la información proporcionada por Erman, los nombres de Eso-eris, Nespe-mois y de una mujer llamada Muthotep, presumiblemente la madre de la sacerdotisa, eran ya conocidos por figurar en algunas inscripciones de monumentos de la ciudad de Akhmîm, lo que permite pensar que se trata de una familia de sacerdotes. En opinión de Erman, esta momia pertenece a uno de los últimos siglos antes de la Era Cristiana y fue momificada entre la conquista persa y el comienzo de nuestra era. Castillos, por su parte, que realizó un estudio detallado de los elementos que componen la momia, tradujo nuevamente los jeroglíficos y coincidió en términos generales con la versión de su colega, aunque no halló a nadie con el nombre Muthotep, pero sí a una mujer llamada Ink-n-min.
El informe radiológico de los doctores Pecantet y Silva García, reveló que “los huesos delgados y pequeños indican que se trata de un ejemplar del sexo femenino que había terminado su desarrollo óseo, como lo demuestra la desaparición de las estructuras de crecimiento. La ausencia total de patologías en el esqueleto, así como el cuidado de la dentadura sugieren que esta persona no vivió más de 20 o 25 años”, a diferencia de los 40 años estimados por Berg en 1891. “Los enfoques del frente del cráneo permiten comprobar la destrucción de los pequeños huesos de las fosas nasales, debido a la manipulación con instrumentos, que abrían una brecha a través de la nariz para practicar el vaciamiento de la cavidad craneana. La columna vertebral muestra una discreta curvatura lateral que es muy común en las mujeres jóvenes. La musculatura prácticamente ha desaparecido, viéndose apenas una delgada banda clara entre la piel y el esqueleto”.
Como sucede con muchas momias los médicos radiólogos no pudieron establecer las causas de su muerte y hasta el momento no ha sido posible practicarle una tomografía computada. Sí incursionaron en el polémico tema de las posibles técnicas de momificación. Castillos recuerda que “desde hace muchos años se debate acerca de si la momia era sumergida en un baño de solución casi saturada de sales de sodio o si simplemente se cubría el cuerpo con las sales en estado sólido”. Las investigaciones de los especialistas determinaron que en el cráneo había una capa de relativo espesor de una sustancia opaca que podría tratarse de dichas sales, pero ello será objeto de un próximo estudio en el que deberán ser extraídas muestras del interior del cráneo para determinar, a ciencia cierta, qué es lo que allí hay depositado.
Una particularidad encontrada en esta momia es que en la tapa del ataúd se añade una colección de fórmulas mágicas destinadas a asegurar la apoteosis y el ascenso del muerto al Cielo y la protección antes sus enemigos en el más allá, lo que se conoce como Textos de las Pirámides. Castillos sostiene al respecto que en la Baja Época, más conocida como la época de decadencia egipcia, tuvo lugar la vigesimosexta dinastía coincidiendo con el período que algunos egiptólogos conocen como el renacimiento saíta. Esta denominación, incorrecta para el entrevistado, abarca un lapso en que Egipto, se vio avasallado por naciones más poderosas. Como respuesta a esta adversidad, los egipcios exploraron su pasado más remoto en una búsqueda de modelos antiguos en el arte, la religión y la literatura, y fue así que rescataron esos textos, que por entonces tenían una antigüedad de 2.000 años.

El sueño de la momia

Si la momificación era la búsqueda de preservar el cuerpo y con él los componentes espirituales para que la persona pudiera sobrevivir en la otra vida, no se puede aseverar que los egipcios hayan conocido el concepto de la paz como acceso a la eternidad. De un modo extraño, esta costumbre funeraria ha despertado, con el paso del tiempo, reacciones insospechadas. En la remota Edad Media se difundió en la farmacopea europea el mito de que las momias egipcias reducidas a polvo tenían propiedades curativas, por lo que, en un abrir y cerrar de ojos, se importaron cientos de miles de momias que, convertidas en pequeñas dosis, desaparecieron, tragadas por legiones de europeos preocupados por su buena salud. Hacia finales del siglo XVIII el tráfico pasó a manos de viajeros y de particulares de alto poder económico que regresaban al viejo continente provistos de estos souvenirs que posaban en gabinetes de curiosidades. Pero la atmósfera de misterio y temor que envolvía a todo lo relacionado al Antiguo Egipto, que no había desaparecido, fue suficiente para que aquellos cuerpos pasaran a ser considerados culpables de las desgracias de sus dueños. Esto determinó que abandonaran repentinamente las galerías particulares, como precaución, al temerse que fueran portadoras de desventuras. Sin proponérselo, pasaron a enriquecer las colecciones de los principales museos europeos donadas por personalidades acaudaladas de la época que advirtieron en las momias una suerte de juguetes peligrosos.

La Egiptología en Uruguay

La Egiptología es la ciencia que estudia la historia, lengua, escritura y arte del Antiguo Egipto. Jean Francois Champollion, considerado el padre de esta disciplina, leyó el 29 de septiembre de 1822, en la Academia de París, su “Lettre a Monsieur Dacier”, donde exponía los principios de la estructura jeroglífica egipcia, convirtiéndose así en la primer persona en interpretar en forma acertada aquellas filas de extraños símbolos. En Uruguay el desarrollo de la Egiptología está aún en pañales. Existen dos egiptólogos que son Alberto Bianchi y Juan José Castillos, este último formado en el exterior, que tuvieron la enorme responsabilidad de despertar en el país el interés de estudiar con rigor científico el Antiguo Egipto.
Fundaron en 1980 la Sociedad Uruguaya de Egiptología con fines de divulgación, y crearon en 1984 el Instituto Uruguayo de Egiptología, institución donde se forman especialistas en la disciplina. En estos momentos son 30 los estudiantes que están cursando sus 19 materias curriculares, las cuales exigen cuatro años de estudio. En su breve trayectoria, la institución ha llamado a concursos de Egiptología para estudiantes y aficionados, brindando asesoramiento a alumnos y docentes, organizando conferencias y editando publicaciones periódicas, y sus asociados han viajado a congresos internacionales. Al mismo tiempo, la entidad mantiene un incesante intercambio de correspondencia con universidades y especialistas extranjeros.
Las muestras de elementos de la civilización egipcia, en la actualidad, está diseminada en tres museos de la capital: el Museo Egipcio, perteneciente a la SUE, el Museo de Historia Natural, administrado por el Ministerio de Educación y Cultura, y el Museo de Historia del Arte, en la esfera de la Intendencia Municipal de Montevideo. El primero cuenta con 102 objetos, la mayoría de los cuales son piezas originales, dispuestos en siete vitrinas junto a instrumentos tales como medidores de temperatura y humedad relativa. Su principal cometido es que los estudiantes del Instituto tengan acceso a artefactos y objetos de arte representativos de esa civilización sin tener que salir del centro de estudios. El Museo de Historia Natural en estos momentos tiene sus puertas cerradas al público por falta de personal y cuenta con la pieza más valiosa existente en el medio que es, precisamente, la momia. Si bien se tiene confianza en los cuidados de mantenimiento que aquí pueda tener esa pieza, los especialistas no coinciden en que éste sea el mejor lugar. Consultado el
ex director del Museo e investigador honorario, Miguel Klapenbach, expresó que, al tratarse de una museo de Historia Natural, tienen cabida por definición, la Geología, la Arqueología, la Antropología y la Paleontología, y el Hombre forma parte de este universo científico, por lo que, además de la momia, se expone también material indígena.
Finalmente, está el Museo de Historia del Arte, considerado el lugar más apto para la exhibición de la momia y que cuenta con la colección más completa del país. En un sector se erigió lo que el Coordinador y Asesor del Museo, Gustavo Ferrari, definió como “la recreación de un tipo de tumba egipcia estándar que toma como modelo las encontradas en el Valle de los Reyes”. Comentó que “aquí se dan todas las condiciones de seguridad biológica, de humedad y de iluminación, que no perjudican a la momia, la tumba ni la mascarilla”. Cuando la cripta se construyó, en 1992, no se pretendió forzar una decisión para cambiar su lugar, pero se hizo con la idea de reconocer que la momia debería estar junto a la colección más completa del país. “Es contraproducente –dice Castillos- que en un país que tiene una pequeña colección de arte egipcio la misma esté desperdigada por varios lugares, lo que hace que nadie la visite y conozca, a pesar de que la momia hace más de 100 años que está entre nosotros hay muchas personas que no saben que existe y eso a mí me asombra”, concluyó.

Posdata. No.22. Viernes 3 de febrero de 1995

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